Hoy, 22 de mayo, mi abuela Catalina Murrone cumpliría 81 años. En cambio, se murió a los 74 en el año 2002. El 17 de septiembre de este año se cumplirán 6 año de su muerte. Un fallecimiento pre-primaveral. Era un martes.
En el velorio comimos un montón. La pasé muy bien con mi tío y con una prima, Karina, charlando a la noche y fumando como loca (porque en ese momento yo fumaba). Cuando mi abuela estaba viva, solíamos tomar Bailey's a la noche ella, mi tío y yo, charloteando. De mis dos abuelas, yo la quería más a ella. Tenía sus cositas, pero la otra (que aún vive) era peor. En efecto, la mamá de mi mamá, María Malinowska, está del tomate, siempre lo estuvo y lo estará. Cuando los del geriátrico diagnostican "demencia senil" mi mamá suele decir "siempre fue demente, lo que pasa es que ahora está vieja". Malinowska tiene, a la fecha, 94 años, y va por más, con su andador y su cuerpo de rusa fuerte. Se cae siempre y nunca, nunca se hace nada.
Murrone, la mamá de mi papá, en cambio, murió en la plenitud de su tercera edad. De un paro cardíaco. Seco. Instantáneo. En una ambulancia.
Tenía la cara helada, empedrecida. Tocarla era como tocar algo imposible. Un pedazo de naturaleza muerta.
El día de su velorio y cremación, me senté a escribir en el jardincito del cementerio privado (a mi papá le gusta así, al estilo bon vivant) un texto que aún me gusta releer de vez en cuando. Lo transcribo aquí tal cual lo escribí allí sentada, a pesar de que yo ahora modificaría algunas cosas, prefiero dejarlo así, impoluto. Mi escritura a los 18 años.
Ya nadie podrá hablar con Catalina. Me la imagino en plena muerte, viéndose a sí misma desde arriba, diciendo “Pucha, me muero” y luego acompañándose de un lado al otro, hasta el crematorio.
Se debe haber puesto nerviosa, supongo. ¿Cómo habrá hecho la muerte para poder llevársela? Daría la impresión de que no falleció, sino que la vida la asesinó, la tironeó hasta vencerla, porque no la veía con ganas de morirse. Lo bueno es que ella fue igual de principio a fin, ninguna enfermedad la consumió, tomó la decisión en un instante tal vez, hay quienes lo meditan mucho, pero ella dijo simplemente “Me voy” Aprovechó que estaba el tío en Buenos Aires, y el asado familiar del domingo para despedirse.
Ya no cumplirá más años. Su edad se detuvo a los setenta y pico. Ya no podrá ver la primavera que se viene, una lástima. Y ya no podré comer su arroz con manteca, ni sus papas fritas, ni la pizza cocinada en el horno del fondo. Ya nadie baldeará el patio, ni me hará ese mate en vasito de vidrio, ni me curará el mal de ojo, ya nadie irá a misa, ni me llevará a ver qué es ir a la iglesia un domingo. Para mí, el padre nuestro murió con ella, y eso que ni lo sé bien todavía (en realidad nunca me interesó aprenderlo)
Ya no habrá a quien visitar en Avellaneda, nadie cerrará las ventanas que dan al porche.
Lo que me duele es que ya no puedo hablar con ella, ella hablaba tanto... y sonreía, y se agachaba, y limpiaba e iba de un lugar a otro... no como en el cajón. Le sellaron los labios, le pintaron los ojos, la vistieron de blanco. Le hubieran quedado mejor unos pantalones. Esa no era mi abuela, era un símbolo de ella, algo demasiado lineal. Se le fueron los matices, se perdió el claroscuro. En su cara no había nada de ella ¿Por qué la vistieron hasta el cuello? Pareciera que quieren ahogarla, frenarla, reprimirla. Por suerte, pensé, ya no estaba allí toda cubierta de tela. Es increíble, visten a los muertos como recién nacidos. Murió en movimiento, en la ambulancia.
Mi abuela es del aire, es del vapor de la olla que hierve. Le hubiera quedado mejor un delantal de cocina, y una bombacha con trapito para, según ella, mantener mejor la higiene.
Mi abuela guardaba todo. Todo era nuevo para ella mientras no se use, aunque pasasen cincuenta años. Tiene botellas de perfume en el baño nunca abiertas y ya rancias, nuevas eran cuando se había casado. Y pasó toda la vida en esa casa, sacándole pasto al fondo. Desde los veintitrés o veinticuatro años hasta los setenta y cinco. Y esas botellas de perfume ya cumplieron su medio siglo.
Mi abuela se fue de repente, sin ninguna enfermedad, sin colesterol ni problemas de presión, sin llagas en el corazón. Un día (ayer) se paró, y de a poco su energía se disolvió. Al morirse debe haber abierto la boca, para hablar.
Dormíamos juntas, hace unos años, cuando me venía a cuidar. Y charlábamos mucho, hasta la madrugada, en el piso dieciocho. De joven, me contaba, cantaba tangos mientras limpiaba la cocina, mientras hacía las camas. Creo que en algún lugar la tengo grabada. De más grande, cuando yo rondaba los dieciséis o diecisiete años, me confesó que nunca tuvo un orgasmo. Me pregunto si lo habrá conseguido en este último tiempo.
No tomaba mucho agua, tomaba mate, decía.
Me la imaginé parada al lado del cajón, entre las flores de la funeraria, mirándonos y riéndose suavemente como solía hacerlo. Y en el medio del ritual, mientras le susurraba unos tangos, me reí con ella, no lo pude evitar, sentí su paz en el aire y me alegré de que no la hayan atado a seguir viviendo, los que quisieron retenerla, no pudieron, ella siempre fue una mujer veloz. Entonces aflojé mi pecho, y la dejé ir.
Ya nadie podrá hablar con Catalina, era la época de los alcauciles y ella se entregó.
jueves, 22 de mayo de 2008
Catalina.
Si disfrutan perder sus horas con estilo vean:
caja de resonancia,
el paseo de la infanta,
literatura prostituta,
primera vez
Suscribirse a:
Comentarios de la entrada (Atom)
8 comentarios:
Cuando falleció mi abuelo también me puse a escribir en un diario. Pero a diferencia de usted, yo no lo extrañaba en lo más mínimo. Me quedé observándolo un largo rato en la habitación donde dormía. Para siempre. Inerte. Ni una mosca volaba. Hasta sentía fascinación por la particular escena de naturaleza muerta que estaba viviendo ahí, en ese cuarto oscuro, solo iluminado por la luz de una vela miserable.
Aún lo sigo no extrañando.
Saludos.
Dama Sol, mi querida Gaviota: Ella debe ser esa nube veloz que recorre los cielos, esa nube que vibra de manera misteriosa (tú me entiendes), se fue cuando quiso y dejó sus botellas eterna, para quien las abra un día y de ella salgan sus risas y sus historias. Nadie le eligió el día, fue ella y punto. No tengo la menor duda que entre las flores de ese día, ella seguia corriendo, veloz como el viento.
Un beso enorme. Era gaviota, como tú...volando y volando...lo que se hereda no se hurta.
Maya
porno satori: si, la muerte resulta magnetica, para quien resiste mirarla. Yo me quedaba embobada mirándola haber muerto (si es que existe esa expresión).
m.m.: qué gusto es siempre "oir" sus comentarios. Mi abuela era veloz, un soplido de álamo.
Eso si, el perfume de las botellas, estaba bien vencido... mh.
salud, maya.
Se me ocurrió un comentario ultracope, beligerante, marcial y asqueroso. Tendría que escribirlo en un blog que me disgustara, pero bueno, por lo pronto lo hago aquí aunque no sea estrictamente verdadero en este foro. Hecha la aclaración, el texto:
"Lo que más me gusta de este blog son mis comentarios".
Me aplaudo.
es increíble cómo con el tiempo uno se acuerda cada vez de más detalles de los abuelos, no?
una cosita... me mata que la gente quiera estudiar teatro con Perón...Será por Víctor Laplace?
obucni:jojojo
pero tiene que admitir que esos comentarios anónimos que aparecen insultándome de vez en cuando tienen su encanto también, no sólo los suyos... beso.
j: sip, igual te digo que ese texto lo escribí apenas murió... lo que sigo recordanto nítidamente es la casa, que vendimos hace ya tiempo. Lo de perón no se por qué será, sera como broma, jojo. Y después de todo, Perón era un actor magnífico, como enamoraba a las multitudes... beso!
hola pajarillo! Hace mucho que no pasaba! Esto de los abuelos me tiene preocupada. Ma acordé muhco de todos ellos esta semana.
saludos y besos!
hola marchante!! recién ahora tengo internet me mudé y no e conectaban!!!
Publicar un comentario